Hablar lo necesario: una lectura de ‘Agrio’ , de Iago Chouza

maría de la cruz
4 min readAug 28, 2019

--

(Cómo hablar, si cada parte de mi mente es tuya, si no encuentro la palabra exacta… Cómo hablar…)

Cualquiera podría resignarse al silencio, a la mudez cuando se desconoce el objeto a dotar de significado; incluso los poetas (y Amaral), que retuercen y desnucan el lenguaje, y lo ponen patas arriba, y lo vacían sobre la mesa. Con él juegan a decir lo que no tiene nombre; pero, ay, qué difícil hablar el desamor y guardar siempre un as bajo la manga. Llego a la poesía de Iago Chouza y me digo que el lenguaje amoroso -y también el poético- es inagotable.

Esta es mi lectura (nada rigurosa, aviso a navegantes) de Agrio (Cuadernos del Laberinto, 2017). Un espacio tan común como diáfano donde el deseo viaja a través de un código singular, brillante; donde querer para el otro “un vaso de agua, paz, algún amigo” es atreverse a nombrar, como si nadie lo hubiese hecho antes, el amor.

“Hablar no es necesario. Ser mudo es triste.” Con esta sentencia carlosedmundoriana abordamos Agrio. Hay mucho de genial en esta voz que ya desde un inicio nos advierte “No leas estas páginas”, y se debe, en gran medida, a su cercanía. A su cotidianidad. A su capacidad de poner la mirada en lo rutinario, en lo que se mantiene pero pasa por alto, cuidándose de no caer nunca en símbolos requemados o sintagmas de pandereta y significado dudoso. Estamos ante una voz que interpela, que se increpa a sí misma y que no duda en violar la intimidad de la casa, del descanso o la comida: “hola, viejo, / mis pies trazan la curva que te niega, / pues vienen repetido con tu imagen / más negra y barba de tres días.” . Como una puerta trasera para adentrarse de lleno en una semana emborronada, consumida por la melancolía y la acusada tendencia del enamorado a pensarse en instantes pasados, y que son parte del engranaje que mueve el poema:

“Sólo hay interferencias, / un lío de papeles oficiales, / no estás donde solías y tampoco / donde no, / yo estoy en el futuro y no comprendo, / yo vengo de otra hora / y de ti no hay / más que un lapso / de tiempo sin registro / de entrada o de salida / -un lío de papeles oficiales-.”

Interferencias. Llega el desamor, y con él, una cadena de cambios, casi imperceptibles, sobre todo si uno va adormilado en el metro, que acontecen y desmoronan la rutina (“Estoy / ajado y bien jodido en mi jornada, / jurando a los espejos y a las sombras; estoy bien, estoy muy, yo voy.”), y que obligan a este yo, tan lúcido como ingenioso, a decirse a sí mismo con su nuevo mundo e identidad (“estar sin malestar, sin bienestar, / armado hasta los dientes de paciencia, / plantado en la maceta del pasmado: / estar. Es suficiente / con estar, con durar, con / solamente.”, AGÜITA).

He de salir de esta suerte de plano narrativo, aunque sea durante un párrafo, para comentar (desde luego, insuficientemente) la musicalidad de estos poemas. Iago Chouza se vale de una métrica inquebrantable y asombrosamente armoniosa. Recorrer estos versos es absorberlos y reproducirlos hacia dentro, mascando muy despacio cada fonema, saboreando (ba dum ts) su equilibrio o su aspereza. Me aventuro a decir que es este el eje formal de esta gran poética del juego: una sensibilidad abrumadora ante los sonidos del lenguaje.

“Si la ves, dile hola, / agua, / dile uva si la ves. / Salúdala con leve indiferencia (…)”. Qué difícil impactar, sobrecoger al lector sin siquiera abandonar el plano fonético, y, desde ese mismo punto, lanzar preguntas al aire (“qué tal te va con tu intemperie”), maldecirse a uno mismo, (“Horado / la hora / dada, la duda cierta, / la hora que me toca y dura más / que una hora / -y en esas ando-. / Y en esas sufro, frío, trenzo.”). Convertir lo ambiguo de la palabra en un camino directo al centro del otro sin hacer declaraciones ni aspavientos, porque ni conviene hacerlos ni le incumben a la poesía: “Es hora de llamar / por su nombre a esta cosa / que piensa en avestruces mientras lanza / su chanza y se evapora entre las risas.”

El tiempo pasa y causa estragos, y entretanto, ¿queda algo aún por decir? ¿Hacia dónde van las palabras del amor? ¿Por qué no escoge el yo enamorado el silencio? Agrio: un título con más humor que verdad. Agrio porque el yo que ama se ríe de sí mismo y de sus impulsos. Un amor cercano, de diario aunque no esté. Tan tierno que conmueve. Dentro de este universo, es posible reírse de la nostalgia de uno mismo. Quiero pensar que esta voz confía, quizás solo en momentos puntuales, adormilada en el metro, de camino a la oficina, o inmersa en el poema, en el alcance de su lenguaje:

“Digo tu nombre sólo, / tu sílaba de lejos , / y hablo como si tú / y nunca tú / pudieras escucharme / hacer correr el agua / fría de los espejos / que ensayan mi discurso, / ¿o es que acaso / me entiendes cuando digo? (…)”

Ea. Con Dios. ❤

--

--

maría de la cruz
maría de la cruz

Written by maría de la cruz

lectora terrícola, humana sorprendida

No responses yet